Por Candelaria Aráoz Falcón[1] y Elaine McGlaughlin[2]
“Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”, Fito Páez.
Hace unas semanas, nos convocaron a participar en la “Caravana Por la Paz, la Vida y la Justicia en Colombia”, una iniciativa liderada por organizaciones como la ONG Global Exchange, el Centro de Estudios Socio Jurídicos Latinoamericanos – CESJUL, la Corporación Casa Mía y el Colectivo Legión del Afecto, entre otras organizaciones sociales, que generando y fortaleciendo la autonomía en los pueblos, busca encontrar alternativas pacíficas a los complejos conflictos vividos por nuestras sociedades.
Integramos la Caravana en Colombia, líderes de organizaciones defensoras de derechos humanos, familiares de personas desaparecidas de manera forzada, activistas de la sociedad civil, académicos y periodistas, provenientes de Guatemala, Honduras, El Salvador, Argentina, Estados Unidos, República Dominicana, México y Colombia. Esta iniciativa encuentra sus antecedentes en la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad de 2011 (en México) y la Caravana por la Paz, la Vida y la Justicia 2016 (Desde Tegucigalpa, Honduras hasta Nueva York). La primera como respuesta o mecanismo de desesperada denuncia de las víctimas de violencia y la segunda, acompañando a las comunidades de Centroamérica en su reclamo de encontrar alternativas a la Guerra contra las Drogas, paradigma que a través de políticas prohibicionistas, ha generado en el continente el aumento de la violencia y masivas violaciones a los derechos humanos.
Quienes escribimos este artículo, venimos de países ubicados a un extremo y otro del continente americano: Argentina y Estados Unidos. Dos países que, con historias diferentes, una crítica coyuntura política actual y reclamos sociales que crecen a diario, siguen siendo ajenos a la realidad colombiana. Esta lejanía no radica sólo en que nuestra problemática no es la misma, y mucho menos lo es el contexto, sino y, sobre todo, en las diferentes respuestas que cada comunidad da a sus problemas. Es por eso, que en esta ocasión, venimos a aprender cómo es el proceso de construir la paz cotidianamente.
Partimos desde Bogotá y atravesamos Barrancabermeja, Medellín, Cartago, Tuluá, Trujillo, Cauca, Neiva, Ibagué y numerosas localidades. Recorriendo comunidades rurales y urbanas donde el conflicto ha sido más cruento y donde más se anhela ponerle fin a la violencia, pudimos ver que la paz no se reduce a los acuerdos políticos celebrados por las elites gobernantes y negociadoras, sino que se gesta y construye, desde las mismas comunidades. Son las principales víctimas del conflicto las que reclaman la paz y las que ante la ausencia del Estado han comenzado su propio proceso.
“La cultura es el arma más fuerte que tenemos” , Ramón Henao Martínez, fundador de Casa Mía y organizador comunitario en Medellín.
En los procesos de construcción de la paz de cada comunidad, el retorno y la revalorización de lo cultural aparece como un elemento clave. Estrategias como las utilizadas por la Legión del Afecto, un proyecto implementado en Colombia y liderado por jóvenes en las regiones de mayor conflictividad social y violencia, permiten el acercamiento y la comunicación mediante “lenguajes alternativos” que hacen posible enfrentar estos contextos hostiles y violentos. Estos lenguajes se encuentran mediados por el arte y lo ritual. “El arte nos permite conectar historias, hacer que nos conozcamos —y ayuda donde la palabra simple se agota— para entender lo inentendible e imaginar futuros distintos”.
Una lucha común que se encuentra presente en la mayoría de las comunidades que visitamos es la de evitar que los jóvenes sean víctimas de la violencia. En el barrio París en el municipio de Bello, un sector muy complejo del valle de Aburra, organizaciones como PRODIMAPA construyen la paz empoderando a mujeres, jóvenes, personas con discapacidad y ancianos a través del arte, la danza y la música. Nos cuentan que años atrás el barrio París estaba dominado por guerras entre combos, y que el cruzar las “fronteras invisibles” que separaban los territorios implicaba correr el riesgo de ser asesinado. “No queremos que nuestros jóvenes sean carne de cañón para los grupos armados. Buscamos construir herramientas pedagógicas y sociales como la danza, la cultura y el baile,” afirmó la directora de esta organización. La exclusión sociopolítica y geográfica que sufren estas comunidades, ha llevado a que sean sus miembros quienes se comprometen y asumen la valiosa responsabilidad de cambiar el entorno en que viven.
A pesar de que las mujeres siguen apareciendo en escena y encabezando luchas, la problemática ligada a la desigualdad de género no es ajena en las líderes comunitarias. “Para mí ha sido una lucha que mi marido entienda que, así como a él le apasiona la mecánica, a mí me apasiona luchar por mi barrio y, por ende, las tareas del hogar tienen que ser equitativas” relata una líder comunitaria del barrio Potrero Grande en Cali. Esto refleja como la carga desproporcionada que sufrimos las mujeres se ve reflejada en cada rincón del continente, en este caso según nos cuentan, esto ha llevado a que muchas mujeres acaben relegando su lucha social para atender las tareas del hogar y la familia. No obstante, un ejemplo de resistencia (entre varios) es el de las “Mujeres Caminando por La Verdad”, un grupo de mujeres de la comuna 13 de Medellín que buscan a sus familiares desaparecidos y tratan de responsabilizar públicamente al Estado por su falta de diligencia en la investigación. Hablaron de como al preguntar por más información, solían escuchar el mismo refrán: “no hay cuerpos.”
Cuando entramos en las zonas campesinas, fue más fácil entender que la biodiversidad también es paz, y que en la construcción de esta paz, la violencia generada de la lucha por el territorio ha sido parte del paisaje desde hace mucho tiempo, incluyendo tanto los desplazamientos internos como las prácticas extractivas. Esto ha motivado el surgimiento y empoderamiento de varios movimientos y grupos campesinos que buscan recuperar su vínculo con la tierra como fuente de autoabastecimiento. Por ejemplo, los cuidadores del río Dormilón que se comprometen a defender el agua y la naturaleza frente a una campaña muy fuerte de extracción. Otro ejemplo, en Cartago, una comunidad nos enseña que la paz se construye a través del cuidado del hábitat, el conocimiento del territorio y de las comunidades que lo habitan, la defensa de los recursos naturales, la comunicación entre comunidades para resistir a los patrones del desarrollo multinacional en que “los recursos están llegando cada vez más al cemento en vez de al pueblo,” como comentó un miembro de la comunidad.
Como dice un letrero en la reserva El FAISÁN, el Centro Experimental de Preservación de Fauna en San Luis, que se dedica a compartir la biodiversidad de la región con visitantes de manera directa a través de recorridos guiados y charlas educativas, “Saber ya no basta: hace falta conocer.” Esta idea resuena con una de las motivaciones principales de la Caravana, que es intercambiar y compartir experiencias que nos lleven a comprender al otro, a conocer su lucha y acompañarla. Nos recuerda de la complejidad del mundo en que vivimos, y de la necesidad de romper el esquema de solo hablar con los que tenemos al lado.
Para las comunidades que hemos visitado, parece que la paz tiene menos que ver con lo político y más que ver con la sobrevivencia y la libertad. La política no es una herramienta suficiente para construir la paz, ni la paz se puede reducir a un acuerdo de palabras: la paz debe abordarse dentro de un conjunto de acciones interdisciplinarias y continúas. En este sentido, son las poblaciones más afectadas las que a pesar de encontrarse privadas de sus derechos fundamentales, a pesar de haber sufrido masacres, desplazamientos, exclusión, y extracción, construyen desde el dolor, pero con fortaleza, una paz genuina, una paz desde la diversidad, una paz sustentable, una paz de liberación individual y colectiva.
Este, a nuestro modo de ver, es el verdadero proceso de paz que se está dando en Colombia, el que impulsa quienes luchan desde abajo, el que no acaba en un acuerdo formal y protocolar, el que protagonizan quienes suelen ocupar los márgenes del discurso, el que requiere volver diariamente, a través de acciones cotidianas y concretas, al compromiso de crear una práctica viva de la paz.
[1] Candelaria Aráoz Falcón, abogada, integrante del equipo de Intercambios Asociación Civil, Buenos Aires, Argentina
[2] Elaine McGlaughlin, MPH. Centro de Orientación e Investigación Integral, Santo Domingo, República Dominicana
Publicado originalmente en: http://intercambios.org.ar/wp-content/uploads/2016/12/intercambios_boletin50_b.html#caravana